miércoles, 5 de marzo de 2008

Hace un mes que me abandonó

Durante muchos años -ya no recuerdo cuántos- yo le di todo. Cariño, contención, confianza, respeto, paciencia, generosidad. Al principio todo iba muy bien, pero con el correr del tiempo las cosas fueron cambiando. Los roles se invirtieron. Yo me había vuelto dependiente y ella había comenzado a manejar mi vida sin que yo lo advirtiera.

La simpleza de sus razonamientos me sorprendía. A veces, cuando los problemas me agobiaban, me dejaba llevar por sus consejos porque ella nunca le daba a las cosas más vueltas que las necesarias. Actuaba como por instinto, un instinto de conservación básico, casi primtivo -que yo nunca tuve- que le permitía conseguir todo lo que se proponía sin el menor esfuerzo, a veces simplemente llorando un poco o suspirando. A mí me conmovía y le daba todo lo que me pedía. Cuando quizo mi heladera, me convenció de que me convenía regalársela y comprarme un modelo más nuevo. Lo mismo sucedió con el televisor, con el equipo de audio y con el microondas. Como ella era felíz con mis electrodomésticos, yo era felíz comprándome otros nuevos. Eso creí durante mucho tiempo.

También conseguía que yo la escuchara durante horas quejarse de su ex-marido. Ella necesitaba descargar su angustia y nadie mejor que yo para eso, de modo que supe sobre ese tipo muchas cosas que no hubiera querido saber. Hablarme continuamente de las enfermedades de su perro y de los problemas de su hija era otra de sus necesidades vitales. Yo sabía todo sobre las maestras de Yanina -la de matemática era una bruja-, las amigas de Yanina y los novios de Yanina. Me esforzaba por escuchar y comprender cada situción. Por más densa y trágica que fuera yo nunca le cambié de tema, ni salí a comprar cigarrillos, ni me sumergí en la computadora para esquivar el drama. Siempre tuve un buen consejo para darle y una palabra de aliento, o algún otro electrodoméstico.

Un día ella me trajo un obsequio, el único en todos esos años: el souvenir del cumpleaños de quince de la nena. Lo puso sobre la mesa del living. Era un corazón de telgopor forrado con seda blanca y volados de tul rosado salpicados con brillantina dorada. No hacía juego con mis sillones de cuero color suela de estilo minimalista, pero el souvenir quedó ahí, intocable, como un objeto sagrado. Si me hubiera atrevido a sacarlo ella no me lo habría perdonado. Yo no quería perderla, así que le vi el lado bueno: pensé que la brillantina le daba alegría al ambiente.

Lo triste era que a ella no le alcanzaba con lo que yo le daba. Cada vez venía menos a mi casa y cuando venía actuaba como si me estuviera haciendo un favor. Yo fui aceptando y comprendiendo sus ausencias sin quejarme y sin preguntar demasiado para no forzarla a mentir. Ella simplemente anunciaba "el viernes no sé si voy a poder venir" y yo la perdonaba, aun sabiendo que la esperaría en vano, no sólo el viernes sino una semana entera, o dos. Si la llamaba no me contestaba o se hacía negar. Luego se disculpaba, volvía a contarme sobre la enfermedad del perro y me prometía una y otra vez dedicarme más tiempo, pero yo sabía que jamás iba a cumplir esas promesas. Era parte del juego. Se sabía irreemplazable y era cierto: yo no podía vivir sin ella.

En los últimos tiempos su ausencia se había hecho sentir en todos los rincones de la casa. Yo sabía que se acercaba el inevitable final y el miedo me paralizaba. Todo a mi alrededor fue quedando abandonado a su suerte. Mi vida se opacó, se cubrió poco a poco de un triste polvillo gris y luego de telas de araña.

Finalmente, un mes atrás, un frío y distante mensaje de texto me hizo entender que ella me había dejado para siempre. El mensaje decía que había desidido (desidido con "s") no benir (con "b") más y que su abogado se comunicaría conmigo. No pude responderle. No entendía lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué ella me enviaría un abogado? Estuve dos semanas en cama hasta reponerme del trauma y cuando al fin logré abrir los ojos, noté que las telas de araña se habían convertido en lianas.

Supe que había llegado la hora. Fui hasta el lavadero y agarré la gamuza. El escobillón me dio un poco de asco porque tenía pelusas, así que lo dejé donde estaba. A los diez minutos se me acabó el Blem y eso me deprimió muchísimo, así que lo llamé a mi marido y le pedí que comprara el diario para buscar en los clasificados otra chica por horas. Mañana tengo que ir a comprar una heladera nueva, pero no importa.

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